agosto 19, 2019

Fascismo Ártico Parte I

Luego de que la Tierra se volvió hostil gracias a la acción desmedida del ser humano, siglos atrás, los supervivientes migraron al polo más famoso y explorado por aquel entonces: el Ártico. 

En el año 2327, la actualidad, la vista no era igual. Totalmente descongelado, ofrecía un panorama ligeramente "benigno" considerando la latitud. Angustiaba saber en lo que se había convertido esa tierra de hielos perpetuos, de osos polares y de morsas… no era fácil asimilar tal pérdida: la Corona de Nuestra Madre Tierra. 

¿Quiénes ayudaron a formar a la Confederación, la nación reinante? Ellos fueron el desaparecido Proyecto Ártico, aquella organización formada por algunas de las grandes corporaciones privadas y gubernamentales del siglo XXI. Hoy, en el siglo XXIV eran sus descendientes los que ostentaban cargos políticos, militares, entre otros. 

Las cosas habían cambiado tanto, aunque sólo en la capa. Básicamente era el mismo comportamiento social autodestructivo y de feroz competencia. 

La población sobreviviente había conseguido prosperar dentro de ciudades y edificios encapsulados. Si bien tenían libertad de movimiento y de dedicarse a lo que quisieran, no podían simplemente formar familias, nuevas ciudades y empresas sin que las autoridades lo dispusieran. 

A menos que renunciara a la ciudadanía y ello significaba morar con las gentes libres de las Grandes Arenas. 

Es evidente que las malas hierbas echan raíz aún en ambiente pobre, tal como lo hiciera el Proyecto Ártico. Las bases de su doctrina estaban ya muy arraigadas dentro de la sociedad: gobierno, leyes, derechos. Derechos que más que eso eran “permisos”. 

Ya en siglos anteriores, los habitantes de aquél entonces habían cedido el derecho de votar a un consejo que luego se convertiría en una especie de parlamento. Ese suceso dio por terminado al Proyecto Ártico, una corporación compuesta por Bancos, Constructoras, Compañías Energéticas, entre otras, dándole vida a la Confederación de Ciudades Árticas tal y como se le conoce actualmente. 

No había otro objetivo que controlar. 

Habían reducido a la población humana, marcaron aún más las brechas sociales, económicas y hasta genéticas. Por un lado ya no había pobreza extrema en ningún barrio en ninguna ciudad confederada. 

Sin embargo siempre hay quién esté en contra de la corriente principal. El gobierno de la Confederación lo sabía pero en su mayoría eran personas de bajo perfil sin el poder o los recursos necesarios para mover a las masas y armar una revolución. 

De eso estaba enterado perfectamente Valodya Litvinenko, agente confederado en Ural Gorod. 

Valodya era un hombre maduro, de cuarenta y ocho años de edad. Hombre de familia, con esposa y dos hijas pequeñas. Tenía canas en las patillas y en la barba; sus ojos, obscuros y profundos, dejaban ver una personalidad observadora, detallista. Sabía dónde y cuándo estar y procuraba anticiparse a los hechos y a las personas. La situación siempre ha de estar bajo control con el agente Litvinenko. 

Su pasión por las investigaciones primero lo llevó a querer estudiar periodismo pero luego de un año desertó al entender que había otras formas de lograr sus objetivos. 

Inmediatamente después de dejar la carrera de periodismo metió solicitud a la Oficina Confederada de Investigaciones, una rama de la CSFA.

Y fue aceptado.

Algo había pasado hace muchos años en su adolescencia y en el lugar donde creció que marcó su destino y su vocación actual.


Año 2294. 
Ural Gorod. 

Era muy noche cuando el joven Valodya jugaba fútbol con sus amigos del sector en una parte tranquila de la ciudad. Faltaban diez minutos para las once.

Las grandes turbinas dentro del domo creaban un poco de viento y se sentía algo fresco. Por las noches el sistema que operaba las funciones de la ciudad activaba un modo ventilador para hacer circular el aire. Aunque todo el día lo hacía, era a esas horas cuando se dejaba andar a su máxima potencia. Filtrar el aire era algo obligado en cualquier ciudad de la Confederación ya que respirar aire del exterior podría significar enfermar y morir.

La casa de Valodya quedaba por la siguiente calle del parque. Conocía muy bien la zona e identificaba perfectamente a las personas que en ella vivían. La noche parecía como cualquier otra. Eso hasta que terminó el juego y se fue caminando a su casa después de dejar a uno de sus amigos que vivía camino a su hogar. 

En el número 225 vivían dos científicos de la Universidad de Ural Gorod, junto con un niño de unos seis o siete años. 

Algo pasaba dentro. 

En la acera, un lujoso autovolador negro con cristales polarizados esperaba. Sus proporciones era aerodinámicas y minimalistas, símbolo de poder y ostentación en el gobierno. 

Valodya supo por su hermana menor, de la misma edad y compañera escolar del niño de esa casa que había tenido problemas en el colegio ya que recibía constantes rechazos de los demás niños diciéndole que les iba a pasar su enfermedad. Los padres de Valodya hablaban sobre el trabajo de los científicos fuera de la protección de la ciudad. 

–Estuvo todo su embarazo entrando y saliendo de la ciudad –decía la madre del joven a su padre cuando miraba pasar a la mujer con el niño por la acera frente a su casa. 

El muchacho continuaba observando cómo discretamente metían al niño al vehículo de afuera y salían a toda velocidad. 

– ¿Y los señores Ózdemir? –Se preguntó en voz muy baja tras un arbusto del jardín de una casa metros atrás. 

Se fue por los patios traseros a escondidas hasta llegar al 225. 

Al asomarse por la ventana de la cocina de manera muy sigilosa ve y escucha algo que unos agentes hablaban con los Ózdemir. 

–Su hijo presenta una anomalía muy peligrosa –explicaba uno de ellos, algo alto y corpulento, a los padres mientras la pobre madre no paraba de llorar pidiendo que devolvieran a su hijo. 

El padre del pequeño estaba sentado junto a su mujer pero esposado y con la nariz sangrando. Al parecer había forcejeado con los hombres. 

–Pero nunca ha padecido nada ¿por qué nos hacen esto? –interrumpió la mujer al agente confederado. 

–Señores, ahora hay un fuerte peligro de contagio, su sangre no es como la de los demás niños y debemos tomar precauciones –dirigió la mirada a la madre.– Ahora señora: empaque sus objetos personales más necesarios y documentos, que nos tienen que acompañar. 

Cuando termina de decir eso último la mamá del niño no tiene otro remedio que hacer caso. Afuera otro autovolador igual llega. Luego de unos minutos sube seguida de su esposo sujetado por dos agentes. Nadie más vio lo que pasó gracias a lo discreto de la acción y a la hora en que se llevó a cabo. Sólo Valodya se enteró. 

Ya sabiéndose solo corrió a su casa. 

– ¡Primero se llevaron al niño de los Ózdemir, luego a ellos dos! –muy agitado le relataba Valodya a sus padres, mientras estos lo recibían en la estancia de la casa. 

Su padre le tapa la boca para que dejara de hablar tan fuerte. Los del gobierno podrían enterarse que el muchacho lo vio todo y estarían todos en serios problemas. 

Su madre se asomó discretamente por la ventana hacia la casa de los Ózdemir. 

–Si es real lo que dices, Valodya, no quiero que lo vuelvas a decir… tu hermana tampoco debe saberlo –le ordena su padre un poco preocupado. 

– ¿Por qué? ¿Y por qué se los llevaron? ¿Es por lo de esa enfermedad que decían tenía ese niño? –le preguntaba, insistente. 

–Eso ya no nos interesa, muchacho, ya cállate de una vez... –tomó aire y sentenció al curioso joven.– Escúchanos bien: no se lo digas a nadie, hijo, a nadie. Prohibido. 

Los padres de Valodya, por seguridad propia, decidieron ignorar el asunto. 

Al día siguiente algunos vecinos se enteraron vía colegio que los Ózdemir se habían mudado a Novaya Moskva (Nuevo Moscú) en la costa ártica central del antiguo país de Rusia. 

Nadie más supo de la familia Ózdemir desde entonces. 

Valodya estaba confundido. 

De niño, y luego como joven, había visto en su gobierno al gran protector de la humanidad que luchaba por recuperar lo que algún día tuvo en este planeta hasta que sucedió lo de los Ózdemir. Su cabeza estaba llena de preguntas acerca de muchas acciones que se realizaban, específicamente las militares. 

“¿Para qué querría la Confederación a las fuerzas armadas si era la única entidad política organizada del planeta?” 

“¿De quién o quiénes les estaban protegiendo?” 

“Pues para guardar el orden y resguardarnos de los nómadas” se contestaban muchos. 


Valodya sostenía una taza de café turco, parado en la ventana de su casa en un sector privilegiado; estaba consciente de que era imposible localizar a los Ózdemir luego de tantos años, pero la imagen de ellos aquella noche le motivaba a querer esclarecer ciertas cosas. Aún después de veinte años de trabajo para la CSFA seguía esperando a su gran reto dentro de las investigaciones. 

Se la había pasado investigando a otros agentes y civiles con ánimos de revolución. 

–Me pregunto en qué piensas, pero dejo mi curiosidad de lado para estar contigo. Lo último que deseo es traer cosas de tu trabajo y estresarte ­­–le dice su esposa, Ana, abrazándolo por la espalda. 

Ana era rusa como él, además de sencilla y cálida. Justo lo que necesitaba Valodya para sobrevivir entre tanto método y gente fría. 

– ¿Alguna vez soñaste con lograr algo excitante en la vida? Me refiero a algo fuera de lo ordinario… –pone la taza vacía en una mesita al lado de la puerta principal.– Sabes, Ana, siempre pensé que algo pasaría en mi carrera con el tiempo, algo por lo que estoy aquí y que yo no sé. Ya han pasado veinte años y nada crucial ha pasado. Nuestras hijas crecen tan rápido y paso mucho tiempo fuera… quisiera estar más con ustedes. 

–No te culpes, nosotras sabemos de tu compromiso con tu trabajo… Y yo nunca esperé “algo excitante” de mi trabajo… ¿qué excitante puede tener vestir a agentes, políticos y religiosos? ­–Ana era diseñadora de modas y trabajaba con una importante casa que le hacía la ropa oficial a personas de cargos importantes en el gobierno. 

Así conoció a Valodya. 

–Mi trabajo es solo eso, vestir. Yo lo que deseo es asegurar que nuestras hijas tengan una vida tranquila, que el país mejore y esas cosas… no sé si eso sea mediocre de mi parte –hace una pausa y observa a su marido pensativo.– Nunca he querido importunarte en tus asuntos, no son de mi incumbencia, pero si crees que por alguna razón, y más allá de tus encargos de siempre, sigues dentro de la Agencia, apuesta una vez más. 

– ¿Una vez más? –Valodya repite lo último. 

–Sí, una vez más. Cuando quieres dejar lo que haces porque ya no te llena, hazlo una vez más, y si no sirvió para convencerte de que estás en lo tuyo, retírate y busca algo más que sí te convenza de verdad. 

Valodya la mira pensativo. Ana no era tan simple como él creía. Le sorprendió el consejo que le dio. 

–Motori, el japonés ese al que rindo cuentas, me habló de un caso la última vez que nos reunimos. Me quiere dar la dirección de una investigación ya empolvada. 

– ¿Puedo saber un poco más? –pregunta ella. Él decide darle detalles generales del caso. 

–Es sobre otro japonés, una oveja descarriada. Hace años robó información clasificada y es buscado por querer fabricar armas y conspirar contra la Confederación. Se supone que sigue vivo porque se les ha escapado información en la red, y pues al parecer tengo que hallarlo. 

– ¿Tu última apuesta? –le inquiere sin ahondar en los detalles. 

Valodya piensa en su carrera como investigador. Vuelve a pensar en los Ózdemir, sin saber porqué vinieron a su memoria en ese justo instante tan decisivo de su vida. 

–Cuando hace seis años pasé de la Oficina a Inteligencia, –la Inteligencia Ártica.– creí que ese día crucial estaba por pasar pronto. Pero volvió a hacer lo mismo: gente vil persiguiendo a gente vil. Este caso parece importante, con más incógnitas de lo normal… 

Respira hondo para después soltar ese aire. 

Ana espera que diga algo más. 

–Mi última apuesta. –Valodya siente el peso de esas tres palabras, pero ya es hora que tomar nuevos caminos. 

De su bolsillo saca un pase en clase premier para el Septentrión, un enorme y velocísimo sistema de transporte aéreo: un gran tren volador que daba continuas vueltas alrededor de la nación ártica. 

Se despide de su familia y sale rumbo a su misión.

junio 11, 2019

LA EXPEDICIÓN PARTE II

Al amanecer, Dimitri despierta con esa sensación de haber tenido una pesadilla. Se preguntaba que hacía en una cama de hospital. Entonces recordó la noche anterior… sí, todo había sucedido.

– ¡Vaya! Has despertado… mi mejor elemento. –entra Markov Petrov en la habitación del joven Akobián.

Oficialmente Dimitri era de ascendencia armenia. Era alto, fuerte, moreno claro, cabello castaño oscuro, lo llevaba corto; sus ojos eran color avellana. En el rostro ya se le notaba la barba abundante creciendo. Algo había pasado en su infancia que quedó solo y fue criado en un refugio militarizado para varones. Tiempo después se enlistó en las Fuerzas de Seguridad Confederadas del Ártico, la CSFA, por sus siglas en idioma inglés.

Era la organización encabezada por Petrov.

Se hallaban en el complejo central de la CSFA en las afueras Arctic-Soul City. Esta era una ciudad de un millón de habitantes aproximadamente. Sus edificios eran cilíndricos y cristalinos pero la mancha urbana crecía al azar como en las antiguas ciudades. La propiedad de la organización era de alta seguridad y para llegar a donde estaban ahora debían pasar muchos filtros. Un mortal cualquiera jamás pasaría del primer nivel de seguridad. Lo llamaban simplemente “La Pirámide” por su forma, una réplica a mayor escala que la Gran Pirámide de Gizeh del Antiguo Egipto, ahora tragada por las dunas de los interminables desiertos terrestres.

–Espero que estés preparado para lo que sigue. Todos tenemos muchas preguntas Akobián. –Markov le arroja una tarjeta al chico quien permanecía callado.

Dimitri abre la tarjeta y un mensaje holográfico se despliega para comunicarle algo; una voz femenina le explica el proceso penal al que estaba por enfrentar: posible colaboración con el enemigo, todo mientras se mostraba la grabación obtenida del recinto en la Isla de California.

–La puerta no iba a detenernos toda la noche Dimitri ¿Qué se supone que hacías entregando a la recién nacida, muchacho? –hace una pausa –No tienes idea del poder en estos seres.
–Yo… ellos… –no sabía qué había sucedido exactamente. Algo nuevo, o redescubierto, en él le impedía decir calamidades con tal de salvarse.

Días atrás lo hubiese hecho.

–Nos vemos en la Corte, hijo. –sale de la habitación con paredes de cristal y sin voltear atrás se detiene y duda del futuro pero continúa su camino.



En el ala de los laboratorios de la CSFA examinaban muchas cosas; se hacían toda clase de experimentos con un único objetivo: crear las mejores armas y mantener a raya a la población ártica, claro, y a sus enemigos. Ahí examinaban los cadáveres de Nunn y Korbis. Aunque los rastreadores buscaban por toda la Tierra señal de la pareja que se llevó a Kara, comenzaban a resignarse. Nada de lo sucedido la madrugada anterior se sabría, la vida en el Ártico era muy cotidiana.

Los científicos intentaban decodificar el complicado ADN de la pareja. Los investigadores estudiaban los videos y el trabajo de Korbis y Nunn en la Isla de California. El video del parto mostraba a Dimitri ignorando al escuadrón y colaborando con los otros; claramente se veía entregando sin resistencia a Kara. Su nombre ya lo sabían al oír a Nunn pronunciándolo en el audio obtenido.

Para el día siguiente las cosas estaban más claras en cuanto a la investigación sobre el caso Akobián. El resto: la tecnología y la genética de los extranjeros, llevaría más días conocer a fondo. Acerca de lo primero, una corte estaba lista para debatir la culpabilidad de Dimitri.



En una sala de reuniones en la cúspide del complejo de la Pirámide Markov sostenía una reunión con el Primer Gobernador Ártico.

–Te he confiado una importante misión y la echas a perder con tus ineptos elementos, Petrov –le reprocha por lo de Akobián.

Estaba de pie mirando hacia el Sur, como buscando algo.

Hablaban en inglés. Markov estaba sentado a espaldas del Primer Gobernador.

–Gobernador Vicarius, me hago responsable de lo sucedido en la Isla de California… estamos buscando por todo el globo algún rastro de esos forasteros… malditas hienas oportunistas. Era nuestro motín.
–No eran simples forasteros –le interrumpe, tan cortante y certero como espada de samurái.

Parecía como si Vicarius supiese algo más acerca de esos seres.

–Piense en lo siguiente Primer: tenemos en nuestro poder ese laboratorio y es un gran avance en la misión. Seguro ha de haber otros escondidos… estoy casi seguro que el Arca sí existe –inspira aire, inflando el pecho para sentirse en control.– Hoy más que nunca lo sé.
–Deshazte de ese muchacho, ya nos sirvió mucho y ahora está de más –le ordena cruelmente, ignorando lo otro.
–Pero es un buen elemento, seguro ayudará a encontrar a estos seres.
–Mostró algo que no deben mostrar nuestros soldados: misericordia. –se da la vuelta mirando hacia la ciudad. Luego se vuelve –Además su salud mental no está bajo control y sabiendo lo que sabe es peligroso, muy peligroso hasta para ti, Petrov. –termina la reunión tajantemente, como su obscura mirada.

–Gobernador, me haré cargo de su desempeño. –intenta convencerle por última vez mientras sale escoltado.
–Espero no te equivoques esta vez Petrov –le advierte.

La relación de Markov con Dimitri parecía venir de muchos años atrás y la idea de deshacerse del muchacho le causaba conflictos laborales y personales.



La audiencia de Dimitri comenzaría en unos minutos y Markov intentaría convencer al jurado de no castigar tan duramente a Akobián.

–Estamos aquí reunidos para hacer cumplir la responsabilidad sobre los hechos en el caso Isla de California, en el cual se le imputa al soldado de élite 12192287-AD, Dimitri Akobián de 19 años de edad, la posible colaboración con los enemigos de la Nación Ártica… –anuncia el juez militar a los ahí reunidos: jurado, fiscalía, testigos y presentes.

Dimitri se frotaba la muñeca, donde tenía un código de barras tatuado para ser fácil de identificar entre los suyos.

Los juicios que se celebraban no habían cambiado en mucho en el siglo XXIV de los árticos, aunque sí solían ser más exactos en cuanto a verificación de pruebas. Por ejemplo, la sangre y otros fluidos ya no servían como prueba para culpar a alguien al ser muy fácil sustituir el ADN por el de otra persona; por otro lado, era común analizar la actividad cerebral y en base la producción de algunas hormonas y otras sustancias segregadas en ciertas situaciones se podría saber qué orilló a un individuo a actuar de tal forma.

Seguían estudiando y juzgando los actos de criminales más no se encargaban de erradicar lo que hacía que las personas tomaran actitudes hostiles en contra de la sociedad, y, si las autoridades de seguridad lo sabían, no les importaba y así hacer creer a los ciudadanos que sin ellos, sin el gobierno y sin las fuerzas de seguridad, eran vulnerables ante ellos mismos y por supuestos, ante el exterior.

El miedo aún era un negocio rentable.

El juicio dio inicio y una serie de testigos habló sobre cómo sucedieron las cosas. Las pruebas de video y audio no favorecían a Akobián, quien se limitaba a observar, uno por uno, a sus compañeros que conocía desde que eran muy jóvenes. Al estrado subió quien se supone era su camarada: Óskar, sólo para decir lo mismo que decían los demás: su compañero desobedeció las órdenes de Markov, se adelantó de la formación e ignoró cuando le llamaban para desactivar la puerta del laboratorio.

Era su fin.

Estaba solo y no le importaba qué más pasara… aquellos extranjeros le hicieron algo que le impedía ver su mundo de forma aceptable: era una mierda vivir entre esa gente, hacer lo que hacían… no ser más que un peón más de este sistema de decrépitos y presuntuosos señores.

Escuchaba hacia sus adentros y venían recuerdos fugaces. Flashazos de un suceso turbulento que no lograba descifrar nunca.

Markov no tenía idea de cómo salvar a Dimitri.

–En los años que llevo de conocer e instruir a este joven, jamás vi acto de desobediencia ni mucho menos la intención de ir contra las reglas más fundamentales de nuestra organización. A su corta edad es uno de los mejores elementos que hemos tenido, por encima de muchos de los más experimentados, y además, con gran potencial. Estoy seguro que alguna clase de influencia de estos extranjeros le orilló a actuar como lo hizo.

Ese fue el único discurso a su favor, por lo demás no tenía mucho apoyo.

– ¿Tienes algo qué decir a tu favor, joven Dimitri? –le cuestiona el juez.

Dimitri, hasta ahora asustado, toma control de sus nervios y los fulmina a todos con su discurso.

Se pone de pie.

– ¿A mi favor? –con expresión irónica le devuelve la cuestión al juez –No tengo nada a mi favor como no lo tiene nadie. Qué más puedo decir si nadie más a parte de ustedes, los que siempre se sitúan más alto, son los únicos con opinión propia… y aún dudo de ello.

Todo mundo se queda en silencio. Era polémico expresarse así.

–He perdido mi fe en la nación: ninguna otra cosa más que mi entrega a ella me mantenía vivo y ahora les entrego lo que queda de mí.

Dimitri se sienta, orgulloso.

Entonces llegó el momento para la deliberación y Dimitri no esperaba ya nada de ahí, custodiado en su asiento frente al juez.

El jurado entrega su veredicto, el juez lo lee y se dispone a dar el punto final.

–En cuanto a los hechos que se reclaman, a las pruebas remitidas y el juicio de los testigos y expertos, este jurado encuentra a Dimitri Akobián… culpable por desobedecer las reglas de seguridad y de operación y por colaborar con fuerzas enemigas.

Markov hace un gesto de desaprobación y de derrota… vio el fin del joven pero no podía hacer ya más.

–… Por lo que se le sentencia a prisión perpetua en el Campamento Lunamar.

El Campamento Lunamar: un confinamiento para criminales de guerra, políticos, activistas sociales y toda clase de hombres y mujeres que atentaban contra el Sistema, fuera para bien o mal. Estaba ubicado en medio del Desierto de Atacama, en lo que fuera Antofagasta, Chile.

Allí no existía la forma de escapar, y si alguien lo llegara a lograr, seguro moriría de sed e inanición en ese emplazamiento, el único en el hemisferio austral donde vivían personas al ser los demás sólo estaciones de monitoreo ambiental.

Por una parte no iba a morir, aunque vivir allá sería como estarlo en vida.

Dimitri fue despojado de su ropa de integrante de las Fuerzas de Seguridad para vestirse ahora con el clásico mono amarillo fosforescente de los presos. Con ese color serían fáciles de ver en cualquier medio ambiente, incluido el dorado desierto.

Markov miró mientras le ponían las esposas al chico y lo trasladaban a una de las salas de laboratorios de La Pirámide. Dimitri empezó a ser víctima del pánico. Algo de ese ambiente le inquietaba sin razón aparente.

– ¿Qué van a hacerme? ¡¿Qué van a hacerme?! –le preguntaba al equipo de científicos allí mientras le ajustaban los cinturones en un camastro blanco y pulcro.

Dimitri se sacudía hasta que una pistola se le puso en frente. Se dirigió a su brazo derecho e hizo presión en él, cerca de la zona de la muñeca.

Uno de los científicos activó una orden en el computador y la pistola se accionó.

Dimitri gritó aunque el dolor no fue tanto como esperó. Luego las bandas se abrieron y los custodios lo levantaron y le pusieron de nuevo las esposas.

–Es hora de tus vacaciones –se burló uno de los custodios.

Un fuerte dispositivo de seguridad operó la salida de Akobián del complejo y él se limitó a ver por última vez a la ciudad donde llegó luego de quedarse solo y ser acogido por el Gobierno.

– ¿Y tú qué hiciste muchacho? ¿Intentaste crear otro país? –pregunta irónicamente el operador de la nave.
–Archivo secreto. Si preguntas de nuevo podrías quedarte junto a él en Lunamar –le contesta su custodio en tono amenazante.

Luego de una hora de viaje a gran velocidad, la pequeña nave llegó a Antofagasta, divisando el Desierto de Atacama que parecía un campo lunar inmenso, de ahí el nombre del campamento.

–Bienvenidos al paraíso terrenal –anunció el operador.

Bajaron de las naves y se dirigieron con los custodios del campamento a entregarle a Dimitri. El proceso fue rápido como todo hasta este momento. El lugar estaba vigilado hasta el último recoveco y a diferencia de las antiguas prisiones esta se veía menos arrabalera. Estaba bien segmentada y contaba con toda clase de instalaciones: dormitorios, patios, áreas de trabajo, áreas de entrevista y estudio, zonas de experimentación y laboratorios.

Al ser Lunamar un campamento sólo del conocimiento de quienes laboraban en el complejo de la Pirámide, se podían llevar a cabo toda clase de experimentaciones… sus limpias, confortables y ordenadas instalaciones eran un engaño ante lo que ahí se llevaba a cabo.

Pasaron por algunas celdas bien protegidas con puertas selladas, no con barrotes como antes. Ahí ningún prisionero hostigaba a otro, ni a los nuevos ya que habían perdido el espíritu a tal grado que ni sus instintos más bajos, como la violencia o el sexo, les controlaban. Sus miradas estaban perdidas en el infinito silencio.

El custodio arrojó a Dimitri a su solitaria y blanca celda; contaba con una cama individual, una mesa con silla y un cubo de cristal para aseo personal. No tenía privacidad alguna a juzgar por cámaras y micrófonos colocados por todo el lugar.



De vuelta en el complejo de la Pirámide, expertos seguían trabajando con los cuerpos de Nunn y Korbis… aunque algo extraño sucedía: debían mantener la temperatura para preservar el de Nunn, pero el de Korbis parecía no necesitar. Parecía indicar que la herida comenzaba a sanar y que en realidad estaba en un metabolismo extremadamente bajo.

Aún así no despertaba.

¿Por qué el cuerpo herido de Korbis parecía regenerarse y el de Nunn parecía simplemente haber dejado de funcionar?

Pronto se sabría.

Después de unas horas los aparatos de alta tecnología conectados al forastero mostraron actividad eléctrica importante en su cerebro… se trataba de una orden que Korbis intentaba enviar.

Fue cuando Korbis abre los ojos sorpresivamente.

– ¡Ha abierto los ojos! ¡Sí está vivo! ¡Los abrió! –exclamó uno de los estudiosos mientras los demás se acercaban con asombro de ver a un ser de otra nación.

Totalmente desnudo, Korbis se incorporó contra todos los cables que se le conectaron al cráneo y casi todo el cuerpo; notó que parte de su cabello había sido rasurado en el área de las sienes para conectar algunos cables.

Miró al lado y vio el cuerpo inerte de su amada Nunn y se dispuso a desconectarla de esos aparatos para salir lo antes posible de allí.

Su barba ya le cubría buena parte del rostro.

–Descuiden, no podrá salir. La habitación está blindada contra cualquier arma, software o acción psíquica –advirtió el iluso encargado de seguridad.

Korbis observó fríamente a los médicos que le veían desde lo alto y dijo cosas en tono despectivo en un raro y arcaico idioma de erres muy pronunciadas.

Al instante hizo saturar el avanzado software y las pantallas de las computadoras mostraban únicamente estática.

– ¡Seguridad! –Gritaron al tiempo que Korbis tomaba en brazos el cuerpo de Nunn, también desnudo.

Un poderoso afluente eléctrico se concentró en los cables y aparatos de la habitación; era tanto que los aparatos estallaron. Korbis canalizó el flujo para hacer estallar una de las lámparas, tan fuerte, que abrió un hueco en el techo. El fugitivo lo alcanzó y entró en una cámara con techo de cristal en diagonal con un ángulo igual a las pirámides extintas del Antiguo Egipto. 52°.

Abajo, los elementos de seguridad le perseguían y estaba a punto de alcanzarse cuando Korbis accionó un comando en la nave que estaba en el mismo complejo.

Uno de los cristales de más abajo se rompió y se vio salir a la nave a toda velocidad hacia sus dueños. Un láser brotó de ésta y devanó el resistente cristal para posarse al lado del edificio… Korbis logró escapar.

Una tristeza invadía su espíritu al haber perdido Nunn y no saber a dónde se habían llevado a la pequeña. Únicamente recordaba a alguien: la imagen de un soldado entrando hacia ellos justo antes de desvanecerse y de que Nunn daría a luz… Dimitri Akobián.

En la estratósfera pudo localizar un satélite militar ártico y entonces lo intervino; ahora tenía acceso a la gran base de datos sobre la seguridad de la Confederación. Era seguro que ahí encontraría algo sobre ese soldado.

En su pantalla comenzó a pasar una serie de datos relacionados con su captura semanas atrás y halló la grabación del momento: ahí estaba Akobián ayudando a Nunn a parir. Entonces llegan dos seres distintos a ellos momentos después de que la madre se desvaneciera.

Korbis los reconoció. No pertenecían a su civilización, pero tampoco a la de los árticos.

Luego buscó información del soldado usando la imagen de su rostro y comparándola contra los elementos de quienes formaban la CSFA y al fin halló su identidad.

Akobián, Dimitri / Diciembre 21, 2287 / Viking Port, Islandia / Soldado de Élite CSFA.

Esos eran sus datos básicos de procedencia y rango dentro la las fuerzas de seguridad, pero Korbis halló algo sobre su pasado. Se sintió horrorizado y entristecido al tiempo que veía al joven entregando sin resistencia a la pequeña Kara a los antárticos en la grabación.



Con esta ya eran tres las semanas que Dimitri pasaba en Lunamar. Y su confinamiento no estaría destinado sólo al cumplimiento de su condena. Habría que sacarle información.

Los métodos para obtener información de prisioneros habían avanzado y la tortura era usada en última instancia.

Recostaron a Dimitri en un camastro y conectaron catéteres y cables a su cabeza ahora rapada. Iban a hurgar en sus recuerdos específicos del momento que estuvo en la Isla de California.

Justo en ese momento un fuerte zumbido lo invadió todo.

Custodios, reclusos y estudiosos se levantaron de sus camas esfumando toda somnolencia cuando llega una nave de tamaño mediano, como de 15 o 20 metros de largo. Era la nave interestelar de Korbis y llevaba a su caída amada en un ataúd de cristal, vestida muy bellamente. Pero debía hacer algo en la Tierra antes de retirarse con Nunn: iba a asegurarse que el chico, Dimitri, y su hija Kara sobrevivieran.

Kara ya estaba segura con aquellos extraños, pero Dimitri no. Debía sacarlo y ponerlo a prueba en esta misión: reconstruir a la Tierra.

De nuevo las fuerzas de seguridad se activaron y de forma rápida reaccionaron. Empezaron a atacar a la nave intrusa pero era inútil, Korbis no se andaría con titubeos esta vez. Actuaría rápido.

Con su nave, usó el calor restante del ambiente y lo enfocó en un objetivo: el ala de los experimentos. Un frío extremo se dejó sentir por los siguientes minutos de la noche al haberse agotado toda fuente de energía caliente.

La intervención de Dimitri se detuvo con un fuerte estruendo, entonces el techo voló en una sola pieza y azotó contra la muralla del campamento; un cable bajó y se apoderó del chico mientras que los científicos no pudieron hacer nada igual que cuando Korbis escapó de la Pirámide.

Dimitri rápido imaginó a esos seres extraños enfurecidos con él por ser integrante del "ejército del mal". Pero no fue el caso. La nave se hizo invisible y se alejó en el cielo nocturno con la luna menguante.

Regresaban a la baja atmósfera terrestre pero justo al otro lado del mundo: el Desierto de Anatolia.

Ahí era de día.

Korbis hablaba con Dimitri, en su idioma, mientras piloteaba la nave, sin verlo a los ojos.

–He desactivado un chip que llevabas en el brazo, así no podrán localizarte. –Dimitri lucía aterrorizado mientras Korbis le hablaba en su propio idioma y no en aquel ancestral lenguaje.
–No debes temerme. Teme de tu destino y por el de tu planeta, y que te sirva como coraje para detener todo esto.

Eso le calmó un poco. Por primera vez en días alguien no quería asesinarle o encerrarle.

– ¿A dónde me llevas? –preguntó inseguro. El chico tenía días sin abrir la boca.
–Al lugar donde volverás a encontrar tu espíritu. A ti mismo. Dimitri Akobián… ahora mostrarás que sí eres de hierro, como es tu apellido, y que podrás salvar a tu pueblo, como dice el significado de tu nombre.

Dimitri no entendía. Contempló la belleza de Nunn tras ellos.

Korbis descendió a donde se hallaba un complejo subterráneo perfectamente mimetizado.

Había unas pocas casitas talladas en rocas, debía ser la región antigua de Capadocia.

Luego se detuvo y abrió una puerta para poder descender de la nave. Se paró frente a Dimitri y lo hizo retroceder en forma intimidatoria.

Dimitri cayó al suelo rocoso, en la cima de una gran colina.

–Si sobrevives quizá tu mundo resucite. –le advirtió al muchacho desde la nave.

Las puertas se cerraron y Dimitri vio alejarse la nave en el azul de cielo. Estaba perdido en medio de ese contaminado y solitario desierto.

Sintió algo viniendo a la superficie justo donde estaba sentado, mirando asustado y sin esperanza.

El Sol era abrasivo y el Viento se llevaba las ganas de vivir.


Se internó en una de las casas abandonadas que más bien parecían cuevas. Adentro se tiró al suelo aliviado de no estar expuesto al exterior.

Tuvo que moverse cuando el suelo se agrietó y un enorme tubo salió a la superficie: contenía a un potrillo en aparente gestación artificial.

En la parte superior se alcanzaba a leer en varios idiomas:

“Sostén tu interior para reconstruir tu exterior”

Dimitri sólo pudo reconocer la frase en idioma ruso e inglés. Enseguida estaba en una escritura rarísima que adivinó era la de los seres del pasado. La otra era parecida al inglés pero más latinizado, castellanizado.

Se sorprendió al ver al potrillo moverse. Acto seguido, el líquido comenzó a drenarse y el cristal descendió. Ahora el animal respiraba el mismo aire que él e intentaba ponerse de pie… salió de su espacio un poco agotado y se posó frente a Dimitri aún en el suelo.

El potrillo era color café en tono pastel y su crin marrón en tono medio… era tan bonito. En el momento que resopló frente a Akobián la pequeña cámara tubular donde se gestó regresó por donde vino y una capa de rocas selló el lugar. Ahora parecía que nada había salido de ahí.

Dimitri se puso de pie a duras penas y repitió a viva voz la frase que leyó mentalmente hace segundos.

–Sostén tu interior para reconstruir tu exterior. –le quiso dar una caricia al potrillo pero las fuerzas se le terminaron por ir y terminó por caer cansado al suelo hasta cerrar los ojos vencido por el viaje tan dramático y agotador que hizo.

Que vuelco tan drástico dio la vida de Dimitri. Después de todo no era la primera vez que pasaba y pronto lo descubriría…

Alguien más se preguntaba sobre el destino de Dimitri Akobián: Markov Petrov, quien estaba a la espera de una reunión vía satélite con Luca Vicarius, el Gobernador.

– ¡Te dije que te deshicieras del chico! –le reprocha.

–Gobernador, todos nuestros estándares de seguridad siempre estuvieron en óptimas condiciones. Simplemente esos seres están por encima de nuestros blindajes.

–Yo no dudo que un ártico sea descubierto si quiere intervenir contra el sistema, pero si tú te hubieses deshecho del muchacho no hubiera pasado esto. Es obvio que tiene comunicación con esos seres… Quiero que lo halles, hasta entonces volverás a ser Comandante Supremo –por la puerta de la sala de reuniones entra un hombre al cual reconoció.

–Ryan Weissblum. –unos de sus compañeros cuando recién iniciaba su carrera.

Ryan era descendiente directo de una familia de ricos empresarios venida de los Antiguos Estados Unidos de América.

–Te presento a tu sustituto temporal y frente a él te digo, que si atrapas a ese muchacho y a alguno de esos seres, volverás a tu puesto.

La sangre le hervía a Petrov.

–Qué gusto verte luego de todo este tiempo Petrov. –le saluda con expresión burlesca.

En la mente de Markov se repetía una y otra vez un nombre:

El de Dimitri.

junio 06, 2019

LA EXPEDICIÓN PARTE I

"Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado, y el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero."

Antigua sabiduría Cree.
Lunamar.
Desierto de Atacama, Antiguo Chile.

¿Habían pasado días? ¿o quizás meses? El tiempo no se percibía con certeza para el joven Dimitri Akobian dentro del campamento de Lunamar. Hombres y mujeres que habitaban el complejo de unas diez hectáreas alguna vez tuvieron espíritus apasionados.

Sus inquilinos hicieron activismo por el derecho a la libre expresión, por el acceso al conocimiento, por el derecho a decidir sobre su descendencia y mil causas más que un gobierno teocrático de finales del siglo XXIII censuraba y castigaba con severidad.

Desaparecieron sin dejar rastro de sus ciudades-domo que integran a la Nación Ártica. El gobierno los acusaba de conspiración, traición o terrorismo para concluir que habían escapado hacia las Grandes Arenas, el mundo que sobrevivió entre los polos y donde la gente vivía bajo un sol abrasador y un aire contaminado… allá donde los enemigos de la civilización tenían sus bases del terror.

Había celdas en el interior del complejo y otras al aire libre, estás últimas para ver qué tanto aguantaba una persona viviendo sin la protección de los enormes domos cristalinos de las urbes árticas y con ellos entender el comportamiento de los habitantes libres.

Dimitri era de los más jóvenes mas su mirada expresaba la desesperanza de un adulto que lo había perdido todo. Debía medir 1.80 metros y tenía complexión atlética aunque ya se veía desgastado físicamente; su barba poblaba su rostro espesamente y sus ojos, claros como ámbar, lanzaban señales de rechazo y advertencias para mantenerse alejado.

Había un hombre que hablaba de cómo el gobierno los había esterilizado a propósito para seguir controlando el crecimiento poblacional. Era arquitecto y matemático y ahora sabía demasiado.

Al día siguiente de haberle contado todo aquello al distante Dimitri en la cena el eminente arquitecto fue objeto de la implantación de nuevos recuerdos y fue cambiado a una de las celdas de afuera. Este contaba ahora su historia de vida en el Magreb.

La vida era dura para quien cuestionaba al sistema, especialmente cuando el mismo pueblo ártico respaldaba a su gobierno.

Los errores del pasado no podían repetirse y si era necesario usar la fuerza nadie iba a cuestionar. Nadie quería que los nómadas de los desiertos, semilleros de bandidos, estuvieran a las puertas de la nación exigiendo ser integrados al exitoso modelo ártico.

Dimitri había llegado luego de ser juzgado por traición cuando formó parte de las fuerzas armadas. Durante el tiempo que formó parte de esta destacó entre todos: era un súper humano nato.

Esa noche tenía pesadillas que le hacían dar vueltas en su angosto camastro. Recurrentemente soñaba a hombres muy altos de aspecto obscuro que portaban armas; entre sombras una mujer lloraba y gritaba pero al final todo se volvía silencio en un cielo abierto iluminado por estrellas, planetas y galaxias.

Al despertar no podía dejar de pensar en lo que hizo para que fuera condenado unas semanas atrás.

Junio 19 del año 2307.
Isla de California.


En el helado exterior del desierto aridoamericano volaban potentemente las naves de una avanzada nación de la Tierra.

Es noche de luna llena.

Se habían ido las personas, los pueblos, las ciudades, las selvas, los bosques, los hielos eternos, la fauna, las fronteras… el mar había devorado vastas regiones costeras y el desierto se extendía más allá de las latitudes habituales de hace un par de siglos atrás.

Poca vida prosperaba y respirar era morir lentamente.

Uno nacía para morir, básicamente.

–Cero actividad comandante Petrov. –anuncia en lengua rusa un elemento que pilotaba una de las tres naves y que parecía ser el segundo al mando.

Todos iban preparados con trajes tácticos de un intenso azul nocturno. El momento podría ser enseguida.

Cascos inteligentes, sofisticados rifles de asalto y ese brío en las miradas de esos hombres aventureros.

Las demás aeronaves reportaban lo mismo, así como los insecto-bots espías, diminutos agentes robotizados del tamaño de moscas al servicio de esa tecnológica armada.

Entre salientes rocosas se escondía una casa fuera de lo común. Los centelleantes cristales delataron la ubicación exacta de un pequeño complejo diseñado para perderse entre los paisajes locales.

Adentro, una hermosa mujer embarazada de piel morena sintió un movimiento y una fuerte energía en su vientre; era como si su fruto intentara alertarla. Algunos aparatos se reiniciaron y las luces titubeaban.

– ¡He hallado algo! –anuncia el piloto principal y les envía las coordenadas de una extraña señal.
– ¡Bien hecho, Akobián! –le felicita el comandante Petrov a este y le sigue para ubicarse al frente de la formación.

Las luces prenden y la computadora central de la residencia restablece las operaciones que fallaron. Un hombre, que dormía al lado de la mujer embarazada, despierta y la ve incorporándose también con una expresión de miedo al mirar por el enorme cristal de la ventana.

– ¡Son árticos! Nos hallaron… ¿Cómo pudo ser? –El alto y rubio hombre se hallaba perturbado.

Toma del brazo a la que al parecer era su mujer y corren hacia la salida y para tomar una de las naves y poder rodear la montaña; luego se detiene y focaliza con la mirada las cada vez más cercanas aeronaves enemigas.

Los árticos eran los descendientes más fuertes de la civilización humana del siglo XXI.

–No les hizo nada. –observa la mujer, desconcertada, al ver que su pareja intentó bloquear las computadoras de esas naves. Lamentablemente estaban escudadas contra todo agente cibernético, psíquico o electromagnético.

Corren por un largo pasillo azul pero ella se altera y las crecientes contracciones le hacen hincarse.

–Vamos Nunn, debemos salir, son muchos.
Él le apura.

Nunn había soñado esa noche.

En el sueño veía a una albatros hembra empollando su nido con un solo huevo. El ave costera estaba en la orilla de una gran colonia en el extremo contrario al mar; su pareja macho no se hallaba cerca de ella ya que se alimentaba.

Era vulnerable… perfecta como víctima. Y su huevo acaba de ser empollado. Se dio cuenta de su posición al divisar un petrel. El ave rapaz se acerca volando a toda velocidad hacia la madre albatros, la empuja y rompe el huevo para comer su interior.

El albatros padre llega pero el petrel ya había devorado todo y vuela. La pareja se queda pasmada viendo su nido violado y sin una cría que jamás verán nacer. Nunn despierta alterada justo cuando las naves árticas venían.

La pareja misteriosa eran extranjeros buscando fórmulas genéticas para repoblar la Tierra. El fruto en el vientre de la hermosa mujer tenía el objetivo de integrar nuevos genes a la raza humana.

Nunn debía medir 1.70 metros, su cuerpo era como el de una diosa griega y su piel canela; sus ojos eran otro cantar: eran verde-amarela estriados de azul y miel. La Tierra vivía en su mirada.

El hombre que le ayudaba a salir del complejo era un caballero alto y de largos cabellos rubios, como un vikingo del futuro. Era extranjero en todas las naciones del planeta y vino a encontrar a Nunn para cumplir con nobles acometidos.

El fruto que concibieron era la cúspide de otra serie de encomiendas.

Los hombres se ponían sus cascos de última tecnología. Les ubicaba cualquier objetivo extraño y eran capaces de predecir movimientos en base a la anatomía del movimiento; también buscaban el calor e iluminaban sus pasos en los caminos más obscuros.

Unos soldados se paran sobre la terraza de la alcoba y abren fuego rompiendo el grueso cristal que regulaba luz y calor.

Las balas que disparaban eran como pequeñas bombas que tendían venas incandescentes que terminaban pulverizándolo todo.

Atrás, Markov baja de su aeronave y ordena entrar a sus hombres con Dimitri Akobián al frente. Todos corren tras la pareja fugitiva pero el extraño hombre acciona una puerta de seguridad que les impediría el paso al resto del recinto.

– ¡Fuego! –les demanda a sus hombres mas la casa estaba protegida con desviadores de proyectiles por lo que ninguna bala llega a la pareja.

Markov les dispara con un arma láser pero un escudo protector lo reflecta abriendo un orificio de lado a lado en la frente de uno de sus hombres. La puerta empieza a cerrar rápidamente pero Dimitri logra pasar dejando atrás a sus compañeros.

Cuando se incorpora observa a ese hombre alto, soltando el brazo de su mujer, Nunn, quien había roto la fuente y entraría en labor de parto… y una fina daga había penetrado su cuello en el momento que se distrajo para levantar a Nunn del suelo.

Dimitri se encontraba sólo con la mujer y, el hombre al parecer ya ahogado en su propia sangre. Titubeó unos segundos mientras escuchaba a sus compañeros y comandante golpear la puerta sellada.

Entonces paso por paso se acerca a Nunn quien gritaba de dolor y con la mirada le pedía misericordia… Dimitri, un muchacho distante y frío, se turbó ante la escena: algo de eso despertó recuerdos y temores de su pasado.

En su mente brotaron centelleos de cables conectados a sus brazos y cabeza que le inducían a momento que no sabía si habían sucedido.

En el corto trance veía a esa mujer levantarse de una especia de aposento real, erguida y hermosa, desvelando su enigmático rostro.

Luego vuelve en sí.

– ¡Akobián! ¡Intenta desbloquear la entrada! –grita Markov desde el otro lado.
– ¡Debo atender a la mujer! –contesta por el auricular del casco –Dará a luz… –dice en tono más bajo y se inclina hacia ella.
Nunn empieza a gritar más fuerte y abre las piernas en posición de dar a luz… el miedo y el dolor reunidos pueden desgastar a cualquier espíritu por más lleno de vida que esté. Dimitri se quita el caso para personalizarse con la extraña y saca una daga idéntica a la que el extraño amante tenía enterrada en su cuello. Rompe las ropas de dormir de Nunn, presa del pánico, para que pueda traer a ese bebé al mundo.

– ¡Korbis! –lo nombra fuertemente sin obtener respuesta.
–Ya está casi hecho. –le alienta Dimitri, confundido pero intentando tomar el control.

Nunn ve a Korbis, su compañero, a un lado y luego ve a Dimitri temiendo lo peor para su hijo…

Un fuerte grito aturde el laboratorio, mismo que es seguido del llanto de un recién nacido.

–Es una niña –le dice Dimitri sosteniéndola con temor.
Nunn la mira.
–Kara… –alcanza a pronunciar su nombre.

Cansada, da un fuerte respiro y se desvanece.

El color rojo intenso de sus carnosos labios se apaga, anunciando su muerte.

Afuera los hombres intentaban desbloquear la puerta pero aún no podían contra el software, y la puerta era demasiado pesada. Todos se preguntaban qué pasaba dentro.

Dimitri se sentía como en un trance: lo último que imaginó de esta, su primera gran misión, fue traer a una niña al mundo. Estaba bloqueado del resto del mundo mientras sostenía a la pequeña Kara, como su madre la llamó.

Miraba alrededor mientras su Yo-Racional buscaba traerlo de regreso a la realidad cuando en eso algo desmorona una pared como si de arena se tratara. Se oyen unos pasos que vienen desde el fondo de una sala alterna.

–Llegamos tarde. –le dice una mujer alta, en un raro pero familiar idioma, a su acompañante como de la misma edad y porte.

Ellos eran esbeltos, de aspecto bondadoso. Físicamente parecidos a la pareja asesinada pero su piel era ligeramente bronceada y sus ojos multicolores: los de ella azul, verde y marrón de afuera hacia el centro; los de él amarillo y verde en el mismo orden que ella.

El joven soldado se pone de pie con la pequeña en llanto.

– ¿Quién eres tú? –le pregunta la mujer a Dimitri en ruso. Por algún motivo lo supo.
–Creo que está ciclado, Sofía –le contesta su compañero en su dialecto extranjero.
–Escucha muchacho –le susurra acercándose.– sólo entrégame a esa niña, no te haremos daño –Dimitri sentía esas palabras algo engañosas.
–Son tan bárbaros –se lamenta el extraño hombre al ver a Korbis y Nunn sin vida. Mira a Dimitri.
–No ha sido toda su culpa… a estos seres les roban el espíritu y por eso actúan así, querido Nial. –Sofía se acerca a Dimitri lentamente y éste, sin oponerse extiende los brazos para que ella tome a la nena en los suyos.

Nial se acerca al chico junto a su compañera y lo toma suavemente por los hombros.

–Caerás pero no te matará. Al despertar no serás el mismo desalmado de hoy –le advierte para luego apretarlo fuertemente.

La sensación fue electrizante y recorrió todo su cuerpo. Después sintió algo subiendo por su garganta. Nial lo suelta y el muchacho cae de rodillas al suelo vomitando una bilis viscosa y obscura. Dimitri queda desmayado junto a la pareja sin vida.

–Salgamos ya –dice Nial, desesperado por el sonoro llanto de la pequeña.
–Su nombre es Kara, es la única palabra que el chico pronunciaba en su mente una y otra vez. –le dice Sofía a Nial mientras abandonan a toda prisa el recinto.

Dimitri jamás habría de olvidar ese momento en que ayudó a traer al mundo a esa pequeña de piel olivácea y de grandes ojos grises.

Markov rodea el recinto y sigue a la pareja fugitiva, corriendo tras ellos a toda prisa. Logró ver que descendían por una escalinata de piedra.

Para cuando él baja por el mismo lugar la pareja había desaparecido. Era extraño porque la escalinata terminaba en un pórtico muy minimalista que daba al voladero.

Se acercó lentamente hasta el filo de aquella especie de puerta al vacío volteando a todos lados y hacia el fondo de peñasco sin lograr ver algún rastro de esos seres.

Sólo la luna iluminaba el áspero ambiente de la Isla de California y nada más.

Fascismo Ártico Parte I

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